
La industria chilena de la frambuesa se encuentra en un punto de inflexión. Si bien, enfrenta desafíos como la inocuidad, trazabilidad y asociatividad, el panorama global, marcado por problemas climáticos, escasez de mano de obra y costos crecientes en países productores clave como Serbia, Polonia y China, abre un espacio significativo para el crecimiento de Chile en el mercado internacional.
Durante el Seminario «Arándanos y frambuesas: Oportunidades y amenazas en el nuevo escenario productivo y comercial» en La Araucanía, Antonio Domínguez, director de ChileAlimentos y una figura histórica del rubro, ofreció una visión detallada de la situación actual, indicando que Chile produce anualmente cerca de 25.000 toneladas de frambuesas, con más de 18.000 toneladas destinadas a la exportación como producto congelado, consolidándose como un actor relevante en este segmento.
Reconfiguración del Escenario Internacional
La amenaza de México se desvanece, China emerge como oportunidad: México, que irrumpió con fuerza en la industria en las últimas décadas, produce alrededor de 200.000 toneladas, principalmente para el mercado fresco. Sin embargo, sus frambuesas congeladas a menudo son de menor calidad. China, que inicialmente se percibía como una amenaza, ahora enfrenta altos costos de producción y limitaciones climáticas, pero ha desarrollado un creciente mercado interno. Esto abre nuevas posibilidades para Chile como proveedor. «Se nos está abriendo un mercado… dejaron de ser una amenaza», aseguró Domínguez.
Europa del Este en crisis, una ventaja para Chile: Polonia y Serbia, históricamente grandes productores con cifras que superaban las 100.000 toneladas, atraviesan una crisis estructural, climática y de mano de obra, lo que ha reducido su producción a menos de la mitad. Esta contracción podría persistir por varios años, brindando una oportunidad única para que Chile aumente su participación en el mercado global.
Desafíos Internos y una Estrategia para el Crecimiento
La frambuesa llegó a Chile a principios del siglo XX, pero su desarrollo industrial con enfoque en el congelado tomó impulso en los años 80. Hoy, la cadena productiva involucra a más de 4.500 agricultores y 80 frigoríficos, concentrándose progresivamente en el sur del país. Tras una caída a 16.000 toneladas en los años más críticos, la última temporada alcanzó nuevamente las 25.000 toneladas, con una clara tendencia al alza.
Domínguez destacó un cambio estructural en curso: «Hasta hace poco, el 70–80% de la fruta venía de campos pequeños. Hoy están apareciendo proyectos de hasta 80 hectáreas, con cosecha mecanizada», lo que mejora la eficiencia y reduce riesgos de inocuidad, aunque los pequeños productores siguen siendo cruciales bajo estándares adecuados.
Uno de los principales retos es el control de plagas y la trazabilidad. La mosca de alas manchadas (Drosophila suzukii) ha sido responsable de rechazos de contenedores en mercados exigentes. «La frambuesa no se lava, por eso es tan delicada», enfatizó Domínguez, quien también alertó sobre el alto riesgo sanitario, recordando un caso de hepatitis viral que le costó a una empresa chilena más de 800.000 dólares. La necesidad de importar frambuesas de otros países para cumplir contratos internacionales subraya la falta de volumen local suficiente y la oportunidad real de crecimiento.
La Estrategia para Despegar
Según Domínguez, la estrategia para el despegue de la frambuesa chilena se basa en varios ejes clave:
- Transición hacia campos más grandes y mecanización: Se espera que en uno o dos años, el 50% de la fruta provenga de plantaciones de mayor escala, permitiendo la cosecha mecanizada, reduciendo costos y mejorando la inocuidad.
- Mejora genética y uso de variedades más productivas: Elegir variedades con alto rendimiento y adaptadas al producto final (fresco o congelado) es crucial. «Ojalá sacar 18.000 kilos por hectárea. Para eso hay que hacerle caso a los técnicos», subrayó Domínguez.
- Profesionalización y aplicación tecnológica: Esto implica incorporar tecnología agrícola, riego eficiente, control de plagas y estrictos protocolos de inocuidad, además de usar viveros certificados y capacitación técnica constante.
- Fortalecer la trazabilidad y seguridad alimentaria: Es fundamental para evitar cierres de mercado por contaminación. «Si no tenemos trazabilidad, perdemos todo», advirtió Domínguez.
- Fomentar la asociatividad productiva: Alianzas y cooperativas permiten compartir asesoría técnica, infraestructura y mejorar el acceso a mercados.
- Crecimiento responsable y sostenido: Aumentar el volumen debe hacerse con enfoque en la calidad y sostenibilidad, aprovechando el contexto internacional sin saturar el mercado ni bajar los estándares.
Domínguez instó a los productores a planificar inversiones con visión de largo plazo: «Estos proyectos se deben evaluar a cinco o siete años, porque la agricultura siempre tiene altibajos». Con optimismo, concluyó: «Creo que Chile tiene posibilidades de volver a crecer en esta industria, si lo hacemos bien hecho».
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